El Gobierno ha implementado un nuevo reglamento que establece un mecanismo de evaluación y control para los servidores públicos, el cual forma parte de la aplicación de la Ley de Integridad Pública. Esta norma, que ya está en vigor, busca fortalecer los estándares éticos y de desempeño dentro del sector público, estableciendo procedimientos que podrían llevar incluso a la destitución de funcionarios que incumplan con sus deberes o incurran en prácticas contrarias a la integridad institucional.
Uno de los pilares del reglamento es el Sistema de Evaluación de la Integridad, el cual se aplicará a funcionarios y servidores de todas las instituciones de la administración pública, incluidos ministerios, empresas públicas, gobiernos autónomos descentralizados, y demás entidades del Estado. Esta evaluación no se limita únicamente al análisis de la gestión técnica o administrativa, sino que incorpora parámetros éticos, de conducta y cumplimiento normativo.
El sistema incluye un método de evaluación regular que tomará en cuenta indicadores de claridad, correcta utilización de los recursos públicos, realización de tareas, y comportamiento ante situaciones de conflicto de intereses. Las instituciones tendrán que establecer sus propias unidades encargadas de realizar estas evaluaciones, siguiendo normas comunes establecidas por la autoridad nacional en temas de integridad pública.
Las repercusiones de los resultados de estas evaluaciones pueden ser relevantes. Si un funcionario público recibe repetidamente una calificación desfavorable o se encuentran infracciones serias a los principios estipulados, se iniciarán procesos que pueden culminar en acciones disciplinarias, incluyendo la destitución de su puesto. No obstante, estas medidas deben respetar el debido proceso y asegurar el derecho a la defensa del evaluado.
Aparte de la evaluación, las normas requieren que todos los funcionarios públicos entreguen una declaración de intereses, la cual debe ser actualizada cada año o siempre que haya un cambio significativo en la situación del declarante. Esta declaración tiene el objetivo de encontrar posibles conflictos de interés que puedan poner en riesgo la imparcialidad del funcionario en el desempeño de sus funciones.
Otro elemento clave del reglamento es la definición de una política de prevención de la corrupción, que deberá ser adoptada por todas las entidades del sector público. Esta política incluirá acciones como capacitaciones obligatorias, canales para denuncias anónimas, medidas de protección para denunciantes y auditorías internas focalizadas en áreas de alto riesgo.
Respecto al papel que juegan las autoridades institucionales, las normas les otorgan la obligación directa de fomentar un entorno de integridad, asegurando que los mecanismos establecidos se implementen adecuadamente. Si existe omisión o negligencia, podrían ser sancionadas. El cumplimiento de estas directrices será verificado por entidades de control como la Contraloría General del Estado y el organismo encargado de la política de integridad.
La entrada en vigor de este reglamento supone un cambio en la cultura organizacional del sector público, al poner énfasis no solo en la eficiencia administrativa, sino también en la ética del servicio y la confianza ciudadana. Se trata de una medida que busca prevenir actos de corrupción y fortalecer la legitimidad de las instituciones mediante un sistema más riguroso de control interno.
La aplicación de estas reglas se sitúa en un contexto donde existe una demanda social de mayor claridad en la gestión pública, debido a los casos de corrupción que han afectado la confianza en varias instituciones estatales. Con esta nueva perspectiva, el Gobierno pretende establecer los cimientos para una administración pública más honesta, efectiva y alineada con los estándares internacionales de buen gobierno.
A futuro, se prevé que los resultados de las evaluaciones y las acciones derivadas de ellas puedan ser publicadas, al menos en parte, para fomentar la rendición de cuentas y el escrutinio ciudadano. De esta forma, la evaluación de integridad se perfila no solo como un instrumento de control interno, sino también como una herramienta para construir una gestión pública más responsable y transparente.
