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Nace en La Mina el primer club con futbolistas gitanos federados: “Estamos rompiendo muros” | Fútbol | Deportes

Más de una docena de jóvenes se reúnen en el pequeño vestuario. Dos filas de asientos. Gran parte de ellos de etnia gitana pertenecen al barrio de La Mina (Sant Adrià de Besòs, Barcelona). Pero tienen algo que los une: su pasión por el fútbol y las oportunidades que este les ofrece. Ahora se están librando de estigmas y barreras culturales en el que es el primer equipo femenino federado del barrio dentro del club Tramontana. Con su fundador, Toni Porto, siguiéndoles desde la barrera, luchando por conseguir patrocinios y asumiendo los gastos de los jugadores. El equipo nació, in extremis, en septiembre, y no pudo disputar el primer partido por no tener las fichas preparadas. Aunque la mayoría son adolescentes, juegan al fútbol 7 de forma amateur, ya que algunas son mayores e incluso madres. “Somos guerreros y luchadores”, dicen. Así se definen. Y cómo juegan.

Para Toni y las jóvenes, el club rompe estigmas y crea oportunidades. “Este es un gran avance. Ver a niñas y adolescentes gitanas jugar al fútbol y que sus familias las apoyen es una tarea muy importante”, afirma Alba Blanco (28 años), una de las veteranas del equipo. Es madre y vino de León a estudiar y trabajar. Aunque ella se quedó por amor. Ahora es educadora social y se ha convertido en la portera del equipo tras jugar al balonmano toda su vida.

Una figura clara se alza sobre el vestuario: la entrenadora Elisabeth Navarlaz (38 años). Se mueve enérgicamente de un lado a otro. Ella anima, enseña y educa. Y las jóvenes confían en ella. “He jugado al fútbol toda mi vida. Siempre afuera, ya que en La Mina nunca ha habido una discoteca. Y ahora estoy ayudando a estas niñas que nunca han tenido la oportunidad”, confiesa sonriendo.

Un entrenamiento del CF Tramontana.Alberto García

El club Tramontana surgió hace 23 años en La Mina con el Porto, con un objetivo claro: “Sacar a los niños de la calle. Siempre ha sido así. Enseñarles educación a través del deporte”, dice el fundador mientras observa el entrenamiento del primer equipo femenino por un lado, y de un equipo masculino más joven por el otro. Con 11 equipos y más de 200 niños, el barrio exigía dar un paso más.

“El año pasado hicieron un proyecto deportivo para niñas gitanas. Probamos varios, pero a todos nos gustaba el fútbol”, explica Emilia Moreno (15 años), sin atisbo de timidez. “Dejé la escuela cuando tenía 11 años y ahora vuelvo a ella. El fútbol te ayuda a establecer una rutina y a concentrarte”, añade la joven. “Aquí el que no estudia se queda en casa ayudando. Hacer deporte te motiva y te ayuda a sentirte más valorado”, confiesa.

Emilia siempre ha vivido en La Mina. Ella era parte de un pequeño equipo que se formó en el barrio. Ella y ella fueron de las primeras a las que Toni le comunicó su intención de dar un paso más. “Vi que estaban formando un grupo, pero solo jugaban entre ellos. Y les propuse montar un equipo, romper moldes en el barrio. Empezamos con pocos jugadores, pero vamos aumentando”, explica el Porto, contento, por la decisión de crear el equipo.

Toni muestra una fotografía en la sala de trofeos. En él, una veintena de niños, y entre ellos, una niña. “Fue en el año 2000. Era la única chica en todo el club y jugaba con los Benjamins. Ahora tenemos a su hijo con nosotros”, explica Porto. Desde entonces todo ha cambiado para el fútbol femenino. Samara Leria (15 años) siempre había jugado en la calle. Pero dejó de hacerlo: “Me llamaban marimacho”. Algo parecido le pasó a Laia Ramos (17 años). El fútbol viene de familia: su padre es entrenador en el barrio y desde que tiene memoria juega con él. “Siempre he preferido tener una pelota entre las piernas antes que patinar o bailar. Yo era el único y se rieron de mí. Ahora tengo compañía, soy libre y estoy en paz con la gente que me rodea”, añade la joven.

Entrenamiento del equipo de fútbol femenino del CF Tramontana en el barrio de Mina.
Alberto García

“Hay muchos comentarios de que está mal visto que las niñas gitanas jueguen al fútbol. Llegamos muy tarde. Nuestras costumbres son un poco estrictas, pero estamos comenzando una nueva era. Estamos rompiendo muros”, afirma Toni, que llegó joven a La Mina desde Cádiz en busca de oportunidades y se quedó para formar una familia. “Es necesario que se vean en un ambiente deportivo, que se junten y que salgan del barrio y conozcan gente y otros lugares”, añade Alba antes de salir a entrenar.

Los miércoles y viernes se reúnen a las ocho de la noche para entrenar. Iluminados por focos que iluminan ligeramente el campo, algunos padres animan a sus hijas desde la barrera. Entre ellos destaca Ester Gómez (16 años). Es tan ágil con el balón como delante de la grabadora. Ahora combina su pasión (juga desde los cuatro años) con la escuela secundaria. “Es difícil organizarme. Pero para mí el fútbol es compromiso, valores y objetivos. Es una manera de desafiarte a ti mismo”, dice la joven sonriendo. Con la brasileña Marta Vieira como referencia, regatea y dispara con potencia.

Las últimas en llegar al entrenamiento y calzarse las botas son las gemelas Alejandra y Claudia Martín (18 años). La segunda se ha animado a venir al club por la insistencia de su hermana y los comentarios sobre el buen ambiente. “Hay unión y camaradería. Es el primer equipo en el que me siento cómoda”, explica Claudia. Y cada vez hay más. “Ahora hay mucha cantera en La Mina. Tienen más referentes y quieren hacer lo mismo que ellos”, afirma el técnico.

Entrenamiento del equipo de fútbol femenino del CF Tramontana en el barrio de Mina.
Alberto García

El gran problema del club es la financiación. “Es un barrio con mucha necesidad. Mucha gente no puede permitirse el lujo de pagar una ficha o una tasa”, recuerda Toni. A él, al estar a cargo de los gastos de los jugadores, le está costando mucho sobrellevar la situación. “Necesitamos una empresa que nos eche una mano. He conseguido que tengan la equipación, un chándal y comprar material. Pero no llegamos. El tema de la federación es una fortuna: cada chip cuesta entre 120 y 130 euros, y el arbitraje entre 70 y 80″, lamenta Toni. Desde el Ayuntamiento, la ayuda que reciben es pequeña, y en ningún caso, suficiente.

Pero Toni, los familiares y los jóvenes futbolistas confían en el proyecto. “Es complicado, pero no imposible”, afirma el fundador. “Si siguen así y se lo proponen, aunque recién empiecen, algo podrán hacer este año”, añade mientras les ve entrenar, con cariño y con ilusión.

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By Alice Escalante Quesada